Nuestro origen es Dios pues fuimos creados por Él, pero una vez que el hombre pecó en el Edén, perdió su identidad dada por Dios, a la vez que perdió su relación con Él.
La identidad del ser humano está ligada a su relación con su creador, y cuando ésta se vio afectada por el pecado, ocurrió lo mismo con su identidad. De hecho, el engaño usado por satanás para hacer pecar al ser humano en el Edén, fue un ataque directo a su identidad. Lo podemos ver en las palabras que usó:
Entonces la serpiente dijo a la mujer: No moriréis; sino que sabe Dios que el día que comáis de él, serán abiertos vuestros ojos, y seréis como Dios, sabiendo el bien y el mal. (Génesis 3:4-5)
Tal es la importancia de nuestra identidad, que satanás reconoció y usó ese punto vulnerable para plantar la semilla de la duda en el corazón de la mujer, logrando así no sólo que ésta desobedeciera el mandato de Dios, sino de que su sistema de pensamientos sobre lo correcto y lo incorrecto cambiara, a tal punto que ella pensó que estaba haciendo lo bueno, pues ya no tenía clara cuál era su identidad. Veamos lo que sucedió en la mente de la mujer tras ser atacada en su identidad:
“Y vio la mujer que el árbol era bueno para comer, y que era agradable a los ojos, y árbol codiciable para alcanzar la sabiduría; y tomó de su fruto, y comió; y dio también a su marido, el cual comió así como ella.” (Génesis 3:6)
La voz de la serpiente plantó la duda en su corazón al poner en tela de juicio la autoridad de Dios, y la validez de su palabra.
Cuando escuchamos y obedecemos la voz del enemigo que nos hace dudar de Dios, le entregamos la autoridad a satanás sobre nuestra vida, y ahora seremos lo que él quiere que seamos, unos rebeldes.
La mentira del diablo que se establece en nuestro sistema moral y racional, fue la misma mentira que le hizo rebelarse contra Dios, y que causó su expulsión del cielo. El efecto que tuvo en la humanidad se llama pecado, y el pecado nos separa de Dios, y por tanto nos aleja de nuestra identidad. Por eso el mundo vaga sin identidad, y la busca por cualquier medio, porque anda separado de Dios a causa del pecado.
Usualmente, una persona que no conoce su identidad en Dios, anhela ser como Él, queriendo distinguir “según su criterio” entre lo bueno y lo malo. Por eso son tan comunes hoy en día frases como: “Si no le hago daño a nadie haciendo tal cosa, pues la hago.”, o “Lo que es malo para mí, tal vez no lo sea para otro.”.
Estas formas de pensamiento derivan de ese primer pecado ocurrido en el Edén, las cuales hacen que las personas se crean “como Dios”, y crean que pueden decidir lo que es bueno y lo que no, tanto para ellos, como en muchos casos, para los demás también.
SI PERDEMOS NUESTRA RELACIÓN CON DIOS QUERREMOS SER “COMO DIOS”
Nuestra identidad está escondida en la intimidad con Dios, de otro modo, siempre estaremos cuestionando si lo correcto realmente lo es, o no; o si lo malo es verdaderamente malo, o solamente es un punto de vista.
En la actualidad, pareciera que todas las versiones son ciertas, por contradictorio que eso suene. Están de moda el liberalismo y la tolerancia ante cualquier estilo de vida, lo cual atribuye a las personas la capacidad de decidir lo que es bueno y lo que no, según su propio juicio, y le dan la total libertad para cambiar de parecer en lo que respecta a su sistema de valores y modelos de conducta, produciendo en las personas una falta de identidad que les empuja a buscarla en la aceptación, o incluso, discriminación social.
Concluiré recordándole que su identidad no puede estar fundamentada fuera de una relación íntima con Dios, pues si es así, usted estará abocado al fracaso personal. No importa cuántos logros alcance en las diferentes áreas donde se desenvuelva a lo largo de su vida, si usted no desarrolla una relación con Dios, usted no conocerá su verdadera identidad y vivirá apartado del modelo de Dios, por tanto, usted nunca podrá ser exitoso en cumplir el propósito por el cual fue creado.