A lo largo de mi vida he podido comprobar de manera repetida que el ser humano, por naturaleza, tiende a querer emprender o comenzar un proyecto con mucha facilidad, pero muy pocas veces logra aquello que se propuso.
Esto es aplicable a cualquier área de nuestras vidas, como puede ser una carrera universitaria, una relación sentimental, o incluso algo tan sencillo como hacer ejercicio.
Muchos fallamos en aquello que comenzamos, y la pregunta que surge es: «¿Cual es el punto que tenemos todos en común para no alcanzar nuestras metas?».
La respuesta es sencilla; tenemos la intención, pero no el compromiso.
La intención es el impulso o deseo natural del ser humano por hacer algo que marque una diferencia, o simplemente supla una necesidad de auto-satisfacción por haber logrado algo. Pero la intención no es suficiente.
Normalmente, la intención que nace en el interior de una persona por hacer algo, está basada en una emoción, lo cual no es un buen fundamento para emprender nada, pues las emociones tienen todas una fecha de caducidad muy próxima.
Hay un dicho muy conocido que dice «La intención es lo que cuenta», pero en mi opinión esa es una frase diseñada para mitigar la frustración que surge por no haber cumplido aquello que nos propusimos.
La intención no es suficiente, es necesario tomar una decisión de llegar hasta el final en aquello que queremos lograr.