Él hará volver el corazón de los padres hacia los hijos, y el corazón de los hijos hacia los padres, no sea que yo venga y hiera la tierra con maldición.
Malaquías 4:6
Es triste que exista la necesidad de restaurar las relaciones entre padres e hijos, pero es evidente que es una necesidad apremiante en nuestra sociedad actual. Históricamente no ha existido una época con más casos de familias disfuncionales, o donde haya casos de maltratos, abusos o conflictos en el núcleo familiar. Y qué decir de la pérdida de autoridad de los padres para poder educar y disciplinar a sus hijos, o, dicho de otra forma, la falta de respeto generalizada de los hijos a la autoridad de sus padres.
Por eso Dios tiene que restaurar estas relaciones, y para hacerlo, necesita trabajar en nuestro corazón, pues una vez más, es la clave para nuestra forma de relacionarnos, esta vez, en el núcleo familiar.
¿Cómo lo hará Dios? Volviendo el corazón de los hijos a los padres, y viceversa. Esto quiere decir que cuando Dios obra en el corazón de un hijo, o de un padre o madre, lo que hace es restaurar la visión correcta del rol que se desempeña dentro de la familia, de modo que la forma de interactuar sea, así mismo, la correcta.
¿Esto qué quiere decir? Que cuando Dios trabaja en las relaciones familiares, prepara, por ejemplo, el corazón de los hijos para reconocer la autoridad de sus padres, y someterse así a ellos, o en el caso de los padres, les revela los principios de su paternidad, de modo que los apliquen a sus hijos. Estos principios son, por ejemplo, que la corrección y la disciplina son demostraciones fundamentales del amor fraternal, sin llegar a extremos violentos, o sin basarse en la ira o la venganza. Es fundamental y urgente que permitamos a Dios trabajar en nuestros corazones para desarrollar relaciones saludables y de éxito dentro de los núcleos familiares, pues es desde éstos que se construye nuestra sociedad.
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